5/6/15

Otra vez ganó la voz. Otra vez, porque yo dejé que ganara. Otra vez le di la razón, y el dolor, que nunca se va del todo, opacó todas las ilusiones que se habían vuelto a gestar en la dualidad que me compone. Otra vez dejé que pasaras sobre mí y que cumplieras las palabras que juraste sobre mi nombre. ¿Para qué intentar algo ya perdido? ¿Para que avergonzarse, desnudar el alma, vestir de gala la piel y enaltecer los sueños, si ya todo se había perdido antes de intentarlo? Qué difícil es entender el amor tan sufrido, tan innecesariamente difícil. Porque al final, se nos fue todo, bueno, no, la esperanza sigue ahí, golpeada, pero está. Al final se nos fue la oportunidad, nos ganó el temor, nos vencieron las palabras tan marcadas en la mente, las cicatrices imborrables de un pasado y un presente que nos atormenta. Quizás aún seamos dos, el miedo y yo, en esta lucha que nunca acaba. Qué difícil callar las lágrimas cuando el fracaso me golpea otra vez.

28/5/15

Acá estamos de nuevo, con el tiempo que pasa y la incapacidad de decidir qué hacer, ¿o será que esa voz que ya nos impuso el "no" grita tan fuerte en mi cabeza que ni siquiera me deja pensar con claridad? Ha de ser eso, sin duda. Se ha apoderado de todo. De los logros, de la voluntad, de la alegría. De todo. Es curioso, porque pesa, y duele, pero al mismo tiempo libera. Quita el temor anticipado, anula la ansiedad. Me priva del sentir que, de nuevo, fracasé. ¿Para qué intentar cuando el rechazo ya fue instaurado desde mucho antes de siquiera empezar?

24/5/15

En un momento llega esa inevitable situación en la que no puedo dejar de preguntarme en qué momento mi orgullo se tornó vergüenza y me permití sufrir por no dejarme disfrutar aquella pasión que a uno lo mueve. Es difícil de explicar cómo se siente. El terror es fuerte, pero también las ganas, y no pasa un día en que no sueñe con dejar todo aquello que me retiene atrás, dejarlo para siempre, y permitirme ser feliz haciendo lo que amo. No puedo abandonar el sueño, sólo no puedo. Es imaginar cada mañana, cada momento, cada respiración, que estoy ahí, que puedo, y lo frustrante de que eso no sea real no es sólo el hecho de que lo anhelo y no lo puedo conseguir, sino que a pesar de cada pequeña batalla ganada, lo siento a cada momento más y más lejos. Pero al dormir, en el momento en que el sueño se apodera de mí, es tan fácil pensarse ahí... Me gustaría volver a ese ayer donde el orgullo era más fuerte que el miedo, y no había ningún "no podés" tan aferrado a mi mente, con el poder de dominarme el corazón.

20/5/15

Estaba a punto de borrar esto cuando de repente me permití leerme, y claro, me di cuenta de que no puedo, porque eso sería volver a retroceder. Cuántas dudas y conflictos genera escribirse a uno mismo, que a veces hasta prefiere dejarse de oír, con la ilusión de que lo malo, entonces, se desvanezca. Llevo dos o tres días, en realidad no quiero pensar el número exacto, porque es ejemplo de mi cobardía, que vengo con las ganas de permitirme soñar un nuevo desafío, pero todavía me ronda el fracaso rotundo del anterior. Qué desilusión pedir ayuda y ser rechazado por necesitarla. ¿Será que no supe demostrarlo, o bien que no cumplía las expectativas de quien debía elegir si me daba esa mano o no? Como sea, dolió, y en realidad no sé hasta qué punto estoy dispuesta a pasar por otro rechazo igual. Lo peor, ahora más directo, totalmente justificado y amparado en esa oportunidad que busco. No, no es el dinero el que me mueve. En realidad quiero la adrenalina de la pasión, la libertad de moverme donde nadie sabe quién soy. La ausencia de prejuicios, o el ambiente inundado de ellos, como sea. Quiero ser extraña, y que lo único que ellos puedan saber o recordar de mí sea mi voz. Y el miedo se resume a tres minutos. 180 segundos donde puedo triunfar o fracasar, rendirme o luchar hasta el fin, hasta la última nota que haya decidido poner ahí. Tres minutos. Qué lejanos y eternos parecen cuando el miedo me domina. Qué imposible que se siente encajar en ellos. Y eso duele, y lastima, y preocupa, y angustia. Tres minutos, sí. Todo un desafío. Todo un sueño. Todo un río de lágrimas. Si es torrentoso o no, depende de mí, de mi confianza, de mi seguridad. Y la respuesta que me asalta, intrépida, precisa, certera, mientras doy el cierre a esta visión del mundo de adentro: ¿de qué me preocupo, si sin siquiera llegar a verme, me van a decir que no?

16/3/15

Es difícil tratar de escribir cuando se sabe que uno se expone más de lo que realmente quisiera. Pero sé que debo hacerlo. Hace demasiado que vivo comprimida en mi tapera interior, en este mundo tan inalcanzable, tan para unos pocos (casi ninguno, en realidad) que parece no existir. Hace no mucho tiempo, mi universo y yo tuvimos un golpe duro, muy fuerte, demasiado intenso, quizás. Hace no tanto como nos gustaría (a veces tengo la idea de que el dolor que se siente es proporcional al paso del tiempo, a veces tengo la certeza de que eso no es más que una fantasía), alguien que frecuentaba y conocía este lado tan propio y personal de nosotros, decidió atacarlo, ignorarlo, insultarlo y romperlo. Es como si una parte de mi corazón se hubiese muerto, porque siento que perdí más que lo que realmente admito. ¿Cómo hago para dejar salir el dolor y los verdaderos sentimientos que me afligen, si justamente es lo que más sufrimiento me genera? Es una posición difícil de afrontar. Por un lado, quiero gritar lo que siento, el terrible dolor, y perdón por la reiteración, que me consume, porque es algo que en verdad me acosa la mente y el alma, pero por otro espero que todo acabe, que el silencio apague el ardor, la flama de cariño que hace que todo siga doliendo. Sé que no va a funcionar, que hable o no nada va a resolverse, y eso vuelve todo peor. Porque cuando alguien niega tu sentir, tu honestidad, tu cariño sincero, tus sentimientos, todo lo que le diste, jamás va a lograr comprender el daño tan grande que hizo. No, no perdí un amor, perdí un hermano, algo todavía más importante, y en verdad es como si me hubieran arrebatado algo más grande de lo que parece. ¿Es tan difícil ver que sufro? Debe ser, quizás sea un ser sin alma, algo tan vacío y negro como el que estaba al otro lado y decidió marchar por una ilusión.

23/2/15

Desde mi Tapera pretende ser un lugar de reflexión, un simple limbo de desahogo personal, y por qué no, de otros también. Otros, aquellos espectadores de la vida que pueden compartir o no aquello que siento, pienso o escribo. No es necesario suponer qué voy a escribir. No, esto no se trata de nada escrito es búsqueda de popularidad o aceptación, sino que trato de poner en palabras, un poco más frías, quizás, que la voz, todo ese mar de cosas y sentimientos en las que siempre me estuve ahogando. Siempre, sí, con un ahora muy presente. No, no será un sitio donde llorar mares por fracasos amorosos ni vanalidades varias. Esto es simplemente de mí, de un viaje hacia mí, hacia mi interior (cosa que está bastante expícita). Primero, me gustaría explicarme (y si alguien más se interesa, bienvenido sea) el por qué del nombre elegido. Una tapera no es más que algo dejado a su suerte, algo abandonado y derruido, y así veo el tema que quiero tratar, así me puedo ver a mí misma en este momento. Durante años me dediqué a bloquear, reprimir y entorpecer una pasión, una gran pasión, un amor infinito: el canto. Mis mayores y más arriesgados sueños lo incluyen, lo enaltecen, lo retoman una y otra vez. Y ahí, cuando la primera gota de confianza y esperanza aparece, también llegan las voces que contaminan todo momento, toda ilusión, la más mínima felicidad. No sé cuándo lo oí por primera vez, en qué momento llegó el primer rechazo, pero lo tengo presente siempre, a cada instante. No, no sirvo para esto y mi voz no es la joya en bruto que pretendo. Tan sólo pierdo mi tiempo, mi energía y mi dinero, tan sólo alimento mi alma, con algo a lo que nunca voy a llegar, porque no sirvo, porque esto no es para mí. Sólo no. Y punto. Pero no puedo dejarlo. Al principio comenzó siendo una leve timidez, un simple estorbo momentáneo. Tengo recuerdos de estar cantando libremente, sin importar con quién, dónde ni cómo. A medida que los años pasaron, dejó de ser algo tan sencillo. Me recuerdo casi ahogada en mi voz, casi oculta, como si no pudiera permitirle sonar en verdad, porque estaba mal. Los últimos diez años, que son en los que tengo consciencia de no poder permitirle salir, no hice más que tropezar una y otra vez, saltando de piedra en piedra en este río tan caudaloso. De superficie resbalosa en superficie resbalosa. La inevitable pregunta: ¿en qué momento voy a caer? ¿Cuánto voy a tardar en encontrar a alguien que me recuerde, con toda su autoridad, que estoy perdiendo el tiempo? ¿Cuánto más voy a tener que luchar hasta que la realidad me arroje al agua para que la corriente, la verdad, me arrastre? Yo estoy atrapada en esta tapera que construí y dejé que construyeran a mi alrededor. Oculta en medio de toda una farsa, de una seguridad que en realidad no existe, y he decidido que necesito aprender a salir. Una vez lo dije, lo recuerdo bien, que cada vez que tenía que cantar sentía como si tuviera que asomar la cabeza desde lo que parecía ser una cloaca. Que, tímida, asustada, levantaba la tapa de mi refugio, y veía las luces y al público. Su mirada implacable atenta a mí, a lo que quisiera hacer. Lo que nunca expliqué, es que además de ese terror, de esa desesperación y esa angustiante situación, está también el impulso eterno de dejarme fluir, de permitirme volar. De liberarme. De ser feliz. Lo único que soy cuando canto, cuando dejo que mi voz se escape de su prisión de carne y hueso. ¿Por qué no lo dejo ser en verdad? ¿Por qué siempre regreso al martirio de la nulidad que tanto me sofoca, de la tensión que me caracteriza, y de la incapacidad que me autoimpongo? Porque ni siquiera en las clases soy libre, a veces ni siquiera en la soledad. Y duele. ¿Por qué no puedo abandonar mi tapera?